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Celos

Celos.

Ce-los.

Una palabra amarga, pero no puedo evitar pensar en ella, en las peores dos sílabas que jamás se han unido para intentar armonizarse. Pero algo así jamás será armonía, así como tu y yo no lo somos ¿Son los celos expresión de amor? Son los celos el indicio que me dice que me estoy empezando a enamorar.

Suena duro, suena fuerte y revelador. Hace menos de un mes suspiraba por otro, pero así es la vida. Uno no se da ni cuenta, cuando de repente comienza a sonreír con las palabras de alguien. Cuando comienza a imaginar su presencia en las más oscuras de las horas y en los más claros de los días, cuando las palabras que cruzan comienzan a suscitar un latidito en el corazón, haciendo que aparezca una sonrisa y que ruegue para que las palabras nunca dejen de salir, que la conexión perdure.

Celos  porque quiero que esa mirada me mire a mi. Quiero ver esos ojos enamorados, quiero ver la cara que pones cuando ves que te hablo, quiero escucharte hablar, sentir tu abrazo protector y ser una extensión de tu cuerpo, especialmente en estas noches de frío y soledad. Quiero tenerte, te quiero querer y quiero que me quieras. Aquí, a mi lado, o allá, a tu lado. Me es indiferente dónde, el todo es poder suspirar por esa sonrisa, y que te des cuenta que me estoy empezando a enamorar. Compartir un café, bailar bajo la lluvia, beber el más dulce de los vinos, mirar en silencio la luna, caminar tomados de la mano escuchando nuestros pasos, mirarte con complicidad, saber que estás conmigo y no te vas de mi lado. No sentir más celos ni amargura por no tenerte, saber que por fin me he enamorado del hombre que es.

Carta de despedida

Esta es una carta de despedida, la última. Lo estaba prolongando, pero la incertidumbre no es lo tuyo ni lo mío. Lo llamas “racionalidad”. Yo lo llamaría de otra forma que no viene al caso nombrar. Porque fue un amor que nunca tuvo pies ni cabeza y mucho menos nombre alguno, pero recuerdo que la primera vez que te escribí fue cuando empezamos, hace varias lunas. ¡Qué vueltas las que da la vida! Otra vez, yo aquí frente a una hoja en blanco escribiéndole a la misma persona, pero las circunstancias han cambiado tanto. Es cuestión de paciencia y reconciliación, aceptación… pero no sé por dónde empezar, todo está demasiado reciente.  Te lo juro, me duele en el alma verte así, ver esos ojos que antes brillaban de alegría y de ilusión tan decaídos, verlos cerrarse como cae el sol: lenta y dolorosamente. Me buscas para hablar y no sé qué esperar. No pronuncias esas palabras pero no es necesario que tu boca las emita para que se desgarre en trozos pequeños lo que llevo dentro, porque son demasiado pesadas las cargas, hay demasiado afecto de por medio y soy demasiado frágil: puse demasiado de mí en tí.  No es cuestión tuya, no es cuestión mía: quizá es tarde pero considero que es necesario dejar todo aquí por ti, por nosotros, pero principalmente por mí. No puedo seguir en este juego que ni siquiera es juego. No puedo seguir loca de amor perdiendo cada pare de mí en un absurdo miedo irracional, en una causa perdida. Sí, eres demasiado inmaduro… pero así te quiero. Tus besos me harán falta, lo juro pero sé que aunque nos hizo falta tiempo no necesitamos más días. No podemos hacernos más daño, no puedo hacerme más daño, no puedo permitirme seguir en una causa perdida que por ahora parece ser una embarcación en el naufragio más profundo y absoluto. Es un final, pero dicen que el silencio va aligerando cargas, y supongo que al final cada planeta encuentra su órbita y sus lunas. 

Dosis de romanticismo

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Eso es lo que me molesta. El hecho de tenerlo tan cerca pero a la vez tan lejos, de tenerlo siempre y perderlo en un instante fugaz como consecuencia de la cobardía sin piedad que se apodera de mí cuando usted aparece, intento hacerme la loca bajando la mirada mientras mi corazón late más fuerte amenazando con salir, mis manos sudan y mi cara palidece, al tiempo que levemente aparece una mueca que intenta ser una sonrisa pero parece más un gesto de dolor. Así lo  pierdo a usted, quien cada vez con más descaro se va alejando lentamente de mi, sin siquiera darse cuenta de mis ojos inquisidores en su espalda, de mi caminar apresurado intentando alcanzar aunque sea un leve halo de su aliento o de su olor. Me toca acostumbrarme a tenerlo, pero de lejos. A contentarme con mirar su mirada mirando otros ojos, sin saber si algún día usted soñó conmigo, sin saber si algún día pensó en mi, sin saber si algún día sintió lo que yo siento, sin saberlo mío, sin saberlo cerca.

Que yo me enamoro fácil, quiero fácil, amo fácil. Pero para olvidar cosas bonitas me queda difícil. Me queda difícil olvidarlo, olvidar esa boca hablante de la que salen sonrisas y palabras ambivalentes, esa boca con la que tantas veces soñé y que sólo tocó mi mejilla mientras por dentro el fuego se encendía sin piedad. Que yo me río sola y hago estupideces cuando me enamoro, pero usted señor es un capricho que se me está saliendo de las manos y ya no sé como controlar este torrente que amenaza con irrumpir con el mismo ímpetu con el que usted llegó a mi vida.

Perderme.

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No volver a encontrar inspiración para escribir, jamás. No volverlo a encontrar como inspiración para escribir porque primero me tengo que encontrar. Demasiado perdida en el amor, demasiado perdida en el romanticismo que me genera cada día la vida, perdida en otro, en otros.

No volverlo a encontrar en el mismo punto, en la misma silla, los mismos días, tan concentrado, tan absorto en sus pensamientos, no volver a encontrarme mirándolo, mirando esos ojos que van devorando letras, esa boca que toma el más caliente de los cafés, dejar de perderme en ese  momento en que levemente coinciden las miradas y recordar que siempre de un salto me pierdo en otra parte para que no me descubra.

No volver a soñar con esa sonrisa, con esos dientes que no se cansan de asomarse, sonrisa que aunque pocas veces me dedicó, se grabó para siempre adentro, en el fondo, en la caja negra, ahí en esa partecita que ni siquiera sabía que tenía. No volver a perderme en eso que me hace sentir, ese sinnúmero de reacciones fisiológicas, psicológicas, reacciones anormales que no controlo y se escapan, por mucho esfuerzo que pongo en intentar mantener la racionalidad, la calma.

No se trata de controlarme, de reprimirme, de dejar de sentir, de tratar de hacer que mi corazón deje su tendencia de “amador romántico”. Tampoco se trata de volverme fría y tenue, de dejar que la vida pase mientras espero sentada bajo cualquier árbol, y mucho menos se trata de olvidarlo así, de golpe. Se trata de hacer primero lo primero. Primero me tengo que encontrar, empezar por emprender un viaje hacia mi interior. Una búsqueda profunda, un viaje sin maletas, de autoconocimiento, ocuparme de mi misma, saberme, conocer cada pedazo, cada resquicio, cada rincón, cada pequeña sensación que me hace mujer, porque antes de perderme en él o en algún otro, me tengo que encontrar en mi misma.

La última noche

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En ese instante, todo se le pasó por la cabeza. El ruido la enceguecía, no entendía lo que estaba pasando.

La noche que había tenido parecía lejana e irreal.

Recordó cómo se había arreglado unas horas antes. Con gran cuidado había elegido lo que se pondría para esa ocasión tan especial, se había peinado y maquillado mirando la nueva mujer que estaba frente al espejo del tocador de su abuela, sus ojos no eran los mismos de antes, se había descubierto un extraño resplandor en la mirada. “Creo que amo a ese hombre, sin duda alguna” pensó y esbozó una sonrisa al percatarse de su aparente contradicción

“El amor no sigue lógica alguna ni tiene razón” lo había escuchado decirle al oído un día entre copas y cada vez estaba más segura de eso, sólo lo dudaba cuando se perdía en el café de sus ojos que la tenía desvelada hacía noches.

Fueron a un restaurante de esos en los que ponen candelabros con velitas blancas que al iluminar dan una atmósfera amarillenta y acogedora. Un lugar donde los meseros vestían como pingüinos y caminaban con una elegancia que parecía mágica, parecían elevarse todos al tiempo y bailar mientras servían champaña o vinos espumosos. Había un guitarrista en el fondo que suavemente ambientaba con sus sensuales notas el lugar.

Ella nunca había estado en un lugar así, y menos con una compañía tan hermosa, se le aguaron los ojos al entrar y al mirarlo mientras la miraba rebosante de alegría.

La cena fue mágica. No sólo por el lugar y ese ambiente, sino por la compañía y la conexión que había entre ambos. Se habían conocido hacía dos años, y todo había transcurrido como cualquiera había deseado, era la relación más bonita, todo lo que había esperado por un hombre como él había valido la pena, todo cobró sentido al verlo pararse entre el plato principal y el postre, con la copa en la mano intentando no derramar el vino mientras sacaba de su chaqueta una cajita de terciopelo roja con  un anillo……..

“¿Te quieres casar conmigo?”

No lo había dudado ni un segundo, entre lágrimas y entre el aplauso de los demás comensales habían sellado todo con un beso. Sabía que desde ese momento todo cambiaría.

Y si que tenía razón. Iban en el carro felices, riendo y planeando todo para la boda, la fecha, el lugar, no lo podían creer. Estaba oscura la noche y de repente una luz blanca los cegó. Gritaron y él perdió el control del carro, se tomaron de las manos y ahora sentía que estaba en un lugar lejano, lentamente dejaba de sentir latir su corazón…….. “Te amo” susurró.

Lo último que escuchó fue el caer del anillo en el suelo y la ambulancia que se aproximaba.

Pequeño cuento de amor

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“Las mujeres son muy difíciles de entender” pensó, llevándose una mano a la cabeza. Era su primer gran amor, y le había costado varias lágrimas darse cuenta de eso. Nunca había querido tanto a alguien, nunca había sentido tanto, no sabía qué era sentir, no sabía que eso se sentía tan bonito. Había aprendido a usar y conocer partes de su mente, de su cuerpo y de su corazón que ni sabía que existían, había compartido con ella momentos bonitos, oscuros, oscuros eran sus ojos y eran como una escalera infinita que tejía una estela al vacío, vacío era como se sentía al no tenerla más.

Se había ido contra su voluntad, pero una misión que nunca fue abortada la llevó a otro país, lejos, muy lejos de sus tierras de aroma de café, lejos de sus montañas, lejos de él quien fue su primer amor. No había buscado marcharse, pero por circunstancias casi aleatorias tuvo que dejar sus tierras en un abrir y cerrar de ojos, dejando su aroma impregnado en la piel de ese hombre a quien amó por primera vez, ese hombre que la llevaba al cielo, ese hombre que era el padre del niño que llevaba en su vientre. Él había ofrecido irse con ella, volarían juntos y atravesarían el mundo de lado a lado, todo por el amor tan grande que se tenían, pero ella se había negado rotundamente, había amenazado con hacer que el niño desapareciera si él llegase a hacerlo…Le era imposible imaginar a su hombre lejos de esas tierras que tanto amaba, de sus cafetales, de los caballos que fueron testigos de esas noche de pasión oculta y sincera. Ahora escuchaba una melodía todas las noches, era la única forma en que lo podía tener y mirando al cielo lo imaginaba imaginándola al otro lado del mundo.

Él por su parte, había decidido que tenía casi en sus manos la forma de tener la salvación, la forma de evitar que la noche oscureciera reprochándole haberla dejado ir, sabía lo que tenía y quería hacer, había estado pensando en ello por días, pero nunca se lo comentó a ella en las cartas que intercambiaban, no quería hechos lamentables. Tenía el total conocimiento del hecho de que hay personas que hay que tener en la memoria, personas que hay que contentarse con tener en el recuerdo, en el corazón, como un suave aliento de madrugada, como un fuego que cesa lentamente conforme van pasando los días, pero sabía que ese no era el caso ¿Cómo iba a perder a la mujer amada y a su hijo? ¿Cómo iba a perder la oportunidad de tener lo que más había amado? ¿Cómo iba a correr el riesgo de que su mujer encontrara un extranjero que llenara el vacío y que se convirtiera en un padre sustituto?

Despertando de sus pensamientos, y lentamente limpiándose unas pocas lágrimas, recibió el cheque que le entregaba un inversionista que le compraba la finca, éste hombre era del país para el que se iba detrás de su amada, y compró la finca para poner una comercializadora de café ¿Irónico no? 

Lo justo

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El techo era de madera. Cuando hacía verano, ese calor que se lograba colar se hacía insoportable, hacía que cada pedazo de piel quemase y el ventilador que había en el otro extremo de la pieza no era suficiente, la densidad de ese calor se hacía fuerte e imposible de evitar. En cambio cuando llovía, ese techo de madera era la mayor bendición porque las gotas de la lluvia sonaban  lenta, dulce y cadenciosamente acompañando ese sueño ligero o a veces profundo de ella, la arrullaba, hacía que sus párpados se fuesen cerrando con cuidado y ella cayera rendida sobre su almohada que no era de plumas pero que era muy suave.

Esa noche en particular era una noche fría, oscura y de luna. Llovía desde temprano en la tarde y había oscurecido temprano, pero ella no podía dormir, la lluvia no la arrullaba y su cama parecía que incómodamente la rechazaba. Esta vez era insomnio. Era insomnio pero no tenía que preguntarse el por qué de lo difícil que resultaba dormir, sin tener que pensarlo sabía la razón. Era él quien se había metido en su cuerpo sin tan siquiera tocarla, cada recuerdo y pensamiento de aquello que podrían ser le tallaba cada músculo, cada partecita y cada pequeña fibra.

No lo conocía hacía mucho tiempo, pero tampoco hacía poco. Hacía el justo tiempo  lo conocía, lo justo para desvelarse por él, lo justo para sentir algo y para saber que había algo. Lo justo para no poderlo sacar de su mente en esa noche, lo justo para extrañar el último día que se vieron y hablaron.  Quería ir a buscarlo, llamarlo, hablarle, ir a tocar su puerta, hacer cualquier cosa para tenerlo cerca, había miedo obviamente pero quería demostrarse a sí misma que era capaz. Siempre buscamos lo seguro, optamos por lo predecible y evitamos a toda costa aventurarnos a lo nuevo, a lo desconocido, a experimentar nuevas experiencias, nuevas cosas, nuevos sentimientos, caricias diferentes, sabores, saberes, no nos aventuramos a probar mieles diferentes.

Por impulso se levantó. Había decidido hacer lo justo. Cerró la puerta para no despertar a nadie y prendió la luz. ¿Quién iba a estar despierto en esa noche lluviosa? Nadie, solo ella y su soledad, ella y su conciencia, ella y el recuerdo de él, ella y esas ansias locas de verlo sonreír, de ver esa mirada soñadora mirándola, de ver esos dedos y soñarlos sobre ella. Prendió el computador  “Documento 1”. Ni se tomó la molestia de poner la convencional letra arial 12. El corazón le latía demasiado rápido y fuerte como preocuparse por esas nimiedades. Se le esbozaba una sonrisa y le temblaban las manos, pero iba a escribir a como diese lugar.

Dale. Seguí apareciéndote en cada rincón de mi existencia, sin permiso y sin preguntar, demostrándome que tenés todo tan bien puesto y en un orden tan perfecto y minuciosamente hecho que poco te importa el mundo. Seguí sonriendo, sonriendo así, con esa belleza que se te escurre por cada poro, sonriéndole a otros, sonriéndole a otras pero no a mí, de tu sonrisa sólo me queda el leve recuerdo de esa noche ¿Acaso olvidaste la mía? ¿Acaso recuerdas la expresión de mis ojos, miedosos y  creo que hasta enamorados? Seguí. Ahí afuera, viviendo como si yo no existiera, al fin y al cabo no es que haya llegado hace mucho a marcar tu vida, pero vos llegaste a poner todo en su lugar, a devolverme el orden, a darle orden a este caos. Seguí, seguí así, sin aparecer ni en las curvas, sin pensar que me estoy desvelando por vos, sin pensar que tu recuerdo me talla en el cuerpo, sin darte cuenta que con solo pensar en lo que podemos llegar a ser me tiembla el alma, porque se hace de día o de noche y te pienso todavía. Porque llegaste hace  algún tiempo a mi vida, y sé que no lo has notado pero siento algo por ti, siento lo justo, lo justo revuelto con miedo, lo justo para crear brillos en mi mirada. Te conozco hace poco pero sé que es lo justo para querer conocerte más.

Leyó dos veces lo que acababa de escribir. Le temblaba el cuerpo y se le erizó la piel.

Presionó la tecla enter y de un golpe cerró el computador. Había mandado el corazón que se acababa de arrancar todavía vivo y latiendo en ese mensaje.

Camilo, el pianista.

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Camilo tenía sus clases de piano a las 6:00 de la tarde todos los días.

Todos los días.

Todos los días.

Claro, menos el sábado y el domingo, pero el profesor le dejaba trabajo y tareas suficientes como para que ni se le pasara por la mente no practicar.  Empezó muy pequeño y por gusto propio, hasta que más adelante se fue metiendo en el cuento y lo sublime se volvió etéreo,  y poco a poco fue avanzando.

Primero solfeo, posiciones de manos, do re mi fa sol la si, do re mi fa sol la si, sol fa mi re do, mi sol si la. Una y otra vez, una y otra vez todos los días, todos los días. después, y poco a poco fue tocando piezas elaboradas, sonatas, Beethoven, Chopin, y conforme iba avanzando iba pasando el tiempo, su voz iba cambiando y su amor por el piano iba crescendo. Su maestro era muy exigente, un hombre de pocas palabras, desde que tenía 6 años iba a su casa a las 6 de la tarde con su libro negro de partituras, metrónomo y su camisa estaba siempre impecablemente planchada. Ahora que Camilo tenía 20 años, poco había cambiado la situación.

Estudiaba en una universidad de la ciudad, era un chico retraído pero sonriente, dedicado al estudio y sin novia aparentemente, no había llevado chicas a su casa y sus padres se preocupaban porque tampoco era de muchos amigos. A pesar de las muchas ocupaciones que tenía caminaba con una tranquilidad deseable, parecía flotando entre nubes o paisajes mágicos, una serenidad envidiable, parecía no preocuparse por las banalidades, parecía simplemente vivir en armonía.

Para Camilo, su vida era el piano. No había nada que amara más. Cuando terminaba la clase diaria, se quedaba tocando en ese Steinway and sons de cola que le habían dado sus padres cuando se graduó del colegio, el tiempo parecía escurrirse como el agua entre los dedos, dedos que muchas veces hacían que parara de tocar porque le dolían tanto que incluso estaban sangrando y eran los que hacían que mirase el reloj y descubriera que eran altísimas horas de la noche y  que tenía que estudiar para sus materias de la universidad.

Cierto día, cuando no estaba inmerso en sus ensueños de compositores la vio pasar. No sé que sucedió, pero inmediatamente se obsesionó completamente con ella. No sé cómo hizo para llegar hasta esa mujer, pero cierto día y por algunos conocidos en común se encontró hablando con este chico que tímidamente intentaba no mostrar sus sentimientos pero lo delataba el rosa de sus mejillas y la sonrisa que aparecía marcada en la blancura de sus perlas. La cosa no pasó a mayores.

Camilo estaba desconcertado. No sabía cómo era el amor. No sabía por qué cuando veía la mujer de cabello negro se le revolvía todo, no entendía por qué cuando se sentaba a tocar en el piano aparecía su figura en su mente, figura borrosa, pero no podía evitar esbozar una leve sonrisa. Este remolino que comenzó a surgir en su mente, cuerpo y alma se hacía cada vez más fuerte y poderos, quería arrasar con todo, y de repente, a Camilo le dieron ganas de comenzar a componer.

Partituras y partituras era lo que se veía en su casa, pero su maestro no sabía aún lo que estaba acontenciendo, Camilo quería guardarse eso para sí mismo, guardarse el sentimiento, guardarse la emoción, guardarse esas notas que pasaban a través de sus manos de su corazón al mundo real, al mundo del resto de mortales; hasta que una fría noche de Mayo por fin terminó la tarea que tan cuidadosamente había emprendido….había traducido el sentimiento a una canción, había hablado su corazón. Estaba listo para mostrar al mundo lo que sentía, así que decidió mostrar a su maestro su composición.

Al día siguiente, Camilo a las 6:00 de la tarde, estaba sudando frío. Maestro, quiero mostrarle algo especial dijo tímidamente y con susto aparente. Éste hombre lo invitó a proceder, y de manera impecable el joven tocó una pieza que resonó en toda la casa, una pieza que hizo eco en cada corazón, hizo que la piel le doliera, hizo que muchos ojos se aguaran, todo esto por el sentimiento. Terminó con un DO grave, y al levantar la vista vio su maestro de pie aplaudiendo y con un brillo en la mirada. Camilo, esta pieza es perfecta para el recital.

No lo podía creer. Esa noche, estaba listo para cumplir dos labores que su corazón le obligaba. Cuidadosamente, se peinó y se puso un  traje smoking que hacía que se viera tan guapo como nunca. Su madre, casi llora al verlo, y con cuidado le acomodó un corbatín que hacía juego con sus ojos. Camilo, estaba decidido a ir después del esperado recital a la casa de la chica que se había metido en su mente para invitarla a salir y pedirle que fuese su novia. No tenía que conocerla, sabía que la pieza que le había escrito, era signo del amor que sentía, ella era la que estaba esperando.

Era el momento. Camilo, escuchó al maestro de la ceremonia presentar su acto. El público esperaba en silencio, y tras las rojas cortinas este chico temblaba, sudaba frío, estaba dando un paso fundamental, mostraría al mundo lo que sentía. Salió al escenario y sólo se escuchaban sus pasos en ese sepulcral teatro de la ciudad. Se sentó al piano y comenzó a tocar, sus dedos se deslizaban suave y sensualmente por las teclas mientras sus ojos, bien cerrados imaginaban lo que sucedería después del recital cuando esta chica aceptara. De repente, tocó ese DO que estremecía, y descubrió al público ovacionándolo de pie. Tímidamente sonrió, hizo la reverencia obligada y fue a sentarse con sus padres y maestro quienes lo felicitaron con alegría, para así ver junto a ellos  los chicos que faltaban por tocar y esperar a que llegara la hora de irse con las flores en el carro hacia la dirección que tenía arrugada en un papelito en el bolsillo.

Salió el que seguía, era un guitarrista apasionado, pero diferente a Camilo, muy diferente. Igualmente tenía un traje elegante, pero sus ojos eran diferentes. Sus dedos, se deslizaban con destreza entre las cuerdas de la guitarra, y éste sonreía de vez en cuando hacia el público. Camilo no estaba prestándole mucha atención, estaba sudando y quería que se terminara el recital, no veía la hora. El guitarrista, terminó y se levantó al igual que el pianista, e hizo la misma venia. El público también lo ovacionó, y Camilo despertó del ensueño para aplaudir. De repente, sucede lo imprevisto: una chica sube del público con unas rosas y le planta al guitarrista un beso apasionado en los labios. Se abrazan y van a sentarse.

Camilo no lo podía creer. No podía explicar lo que sentía, como siempre.

Era ella, y había elegido al guitarrista, y Camilo ni había tenido una oportunidad.

Creer

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Si, es verdad.

Cada día la tensión se hace más fuerte, la vida parece dar más motivos para contemplar el hecho de querer tirar la toalla, de elegir cambiar de camino, a veces ni la esperanza queda en las oscuras noches de invierno, en las tardes de domingo cuando el día se va haciendo invencible y aparecen una serie de pensamientos que como arañas parecen irse pegando y apoderando del cerebro y corazón, arrugando el alma pedazo por pedazo…

Pero quiero ser una mujer diferente, diferente a la que he sido, diferente a las demás, diferente a la mujer que seré, porque he decidido creer. Creer en los atardeceres que se asoman por mi ventana, que tímidamente parecen desafiar mi cortina, creer en esas nubecitas naranjadas que  detrás de los edificios parecen prometer una noche maravillosa. Creer en esas noches, noches oscuras y solitarias, noches sin  luna y con llanto que parecen eternas, noches en las que suplicante le ruego al reloj que no aminore el paso y de paso a la mañana, creer en las noches de luna llena, luna que inunda mi cuarto y a veces no me deja dormir, luna grande, gorda, luna coqueta y altiva que es reflejo del amor. Creer en el amor, eso que sabe tan rico y tan poco he probado, amor que veo en los parques, en las calles, en parejas que se besan y riendo hacen promesas eternas. Creer en la eternidad, esa aparente utopía de trascendencia ilimitada, aquello que parece inalcanzable pero que se toca con la punta de los dedos con una sonrisa sincera. Creer en las sonrisas, sonrisas de los niños, sonrisas de los viejos, aquellas que iluminan la pobreza y esas calles tan grises que se dibujan sin aparente ilusión, sonrisas que hacen más humano al más duro de los hombres. Creer en los hombres, en cada uno de ellos, en que todos tienen algo para dar, para aprender, en la bondad de las personas, en que con el brillo de una mirada se puede salvar el alma. Creer en el alma, en las almas puras, limpias y claras, almas como manantiales que se conectan y hacen sinergia en el mundo donde dar es la clave. Creer en dar, en servir, en que al entregarse a los demás se recibe, en que la forma de cambiar el mundo es amando a quienes nos aman y a quienes no por medio del dar, dar lo que se tiene, dar lo que se se es, darse en un espiral donde la energía se renueva y produce magia.

Calor

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Sus manos, se apretaban y sudaban cada vez con más fuerza mientras sus pies corrían rítmicamente haciendo ruido sobre el cemento de la plaza…tic tic toc toc… los tacones de ella se escuchaban en  todo el sitio y el eco amenazaba delatarlos de la locura que estaban cometiendo, pero mientras más sentían que iban a ser descubiertos, sus cuerpos más se excitaban, sus ojos brillaban, se sentían como cuervos que salen en las oscuras noches a buscar prófugos su alimento, como si fuesen a cometer un crimen perfecto.

Las lámparas del alumbrado público, amenazaban con iluminarlos demasiado mientras corrían hacia el sur intentando escatimarle horas a una noche que insistía en acabar pronto, tenían sólo hasta la madrugada  y necesitaban ganarle tiempo al tiempo, ganarle al reloj que prometía hacer del momento un instante efímero y poco duradero.

Despegaron sus manos mientras él lleno de desespero, con su mirada enloquecida de pasión y con su eterno gesto taciturno buscaba en el bolsillo de su pantalón la llave de su apartamento, de ese pequeño espacio que en noches como esa de verano ardía y parecía invitarlos a dormir desnudos con la ventana abierta que daba a un limonar. La cerradura parecía jugarles una mala pasada creía él, pero ella sabía que eran los nervios los que lo estaban traicionando, una gruesa gota de sudor que bajó por su frente hasta su cuello se lo hizo saber, y con la sutileza de quien sabe cómo actuar le arrebató la llave y con un movimiento seco abrió la puerta, mientras entre sonrisas entraban y prendían el toca discos.

Entre son cubano, la salsa y el merengue acompañados de risas y unos mojitos que cada vez se les subían más a la cabeza, bailaron, bailaron, bailaron hasta que no sentían el suave aire que emanaba el ventilador refrescando el calor que sentían sus cuerpos esa noche, rieron a carcajadas mientras entre caricias hacían planes para un futuro cercano….”Me tenés loco, mi negra” …..y le daba un beso en la boca, entregándole el alma y cada uno de sus suspiros…. “Vos a mi, baby, pero tengo que volver”….

Y él le llamaba el taxi y en cuestión de segundos ella se arreglaba de nuevo, se enderezaba el vestido de flores y se volvía a poner los tacones, se cogía el pelo en una cola  y antes de pintarse los labios de rojo le dejaba con un beso en la boca el dolor de sólo ser suya las noches de jueves.

“No te sentí llegar anoche”….

“Llegué temprano, mijo, sólo que tu estabas dormido y no te quise despertar” Mentía ella, mientras dándole la espalda iba a quitarse el vestido y a darse un baño antes de irse a trabajar para quitar de su cuerpo el pecado de una pasión prohibida, y bajo la ducha rogaba al cielo fuerza para dejar al uno o para olvidar al otro, pero sabía que no haría ninguna de las dos cosas hasta que llegara el invierno a esa ciudad donde el sol no había dado tregua 25 años atrás.