Camilo tenía sus clases de piano a las 6:00 de la tarde todos los días.
Todos los días.
Todos los días.
Claro, menos el sábado y el domingo, pero el profesor le dejaba trabajo y tareas suficientes como para que ni se le pasara por la mente no practicar. Empezó muy pequeño y por gusto propio, hasta que más adelante se fue metiendo en el cuento y lo sublime se volvió etéreo, y poco a poco fue avanzando.
Primero solfeo, posiciones de manos, do re mi fa sol la si, do re mi fa sol la si, sol fa mi re do, mi sol si la. Una y otra vez, una y otra vez todos los días, todos los días. después, y poco a poco fue tocando piezas elaboradas, sonatas, Beethoven, Chopin, y conforme iba avanzando iba pasando el tiempo, su voz iba cambiando y su amor por el piano iba crescendo. Su maestro era muy exigente, un hombre de pocas palabras, desde que tenía 6 años iba a su casa a las 6 de la tarde con su libro negro de partituras, metrónomo y su camisa estaba siempre impecablemente planchada. Ahora que Camilo tenía 20 años, poco había cambiado la situación.
Estudiaba en una universidad de la ciudad, era un chico retraído pero sonriente, dedicado al estudio y sin novia aparentemente, no había llevado chicas a su casa y sus padres se preocupaban porque tampoco era de muchos amigos. A pesar de las muchas ocupaciones que tenía caminaba con una tranquilidad deseable, parecía flotando entre nubes o paisajes mágicos, una serenidad envidiable, parecía no preocuparse por las banalidades, parecía simplemente vivir en armonía.
Para Camilo, su vida era el piano. No había nada que amara más. Cuando terminaba la clase diaria, se quedaba tocando en ese Steinway and sons de cola que le habían dado sus padres cuando se graduó del colegio, el tiempo parecía escurrirse como el agua entre los dedos, dedos que muchas veces hacían que parara de tocar porque le dolían tanto que incluso estaban sangrando y eran los que hacían que mirase el reloj y descubriera que eran altísimas horas de la noche y que tenía que estudiar para sus materias de la universidad.
Cierto día, cuando no estaba inmerso en sus ensueños de compositores la vio pasar. No sé que sucedió, pero inmediatamente se obsesionó completamente con ella. No sé cómo hizo para llegar hasta esa mujer, pero cierto día y por algunos conocidos en común se encontró hablando con este chico que tímidamente intentaba no mostrar sus sentimientos pero lo delataba el rosa de sus mejillas y la sonrisa que aparecía marcada en la blancura de sus perlas. La cosa no pasó a mayores.
Camilo estaba desconcertado. No sabía cómo era el amor. No sabía por qué cuando veía la mujer de cabello negro se le revolvía todo, no entendía por qué cuando se sentaba a tocar en el piano aparecía su figura en su mente, figura borrosa, pero no podía evitar esbozar una leve sonrisa. Este remolino que comenzó a surgir en su mente, cuerpo y alma se hacía cada vez más fuerte y poderos, quería arrasar con todo, y de repente, a Camilo le dieron ganas de comenzar a componer.
Partituras y partituras era lo que se veía en su casa, pero su maestro no sabía aún lo que estaba acontenciendo, Camilo quería guardarse eso para sí mismo, guardarse el sentimiento, guardarse la emoción, guardarse esas notas que pasaban a través de sus manos de su corazón al mundo real, al mundo del resto de mortales; hasta que una fría noche de Mayo por fin terminó la tarea que tan cuidadosamente había emprendido….había traducido el sentimiento a una canción, había hablado su corazón. Estaba listo para mostrar al mundo lo que sentía, así que decidió mostrar a su maestro su composición.
Al día siguiente, Camilo a las 6:00 de la tarde, estaba sudando frío. Maestro, quiero mostrarle algo especial dijo tímidamente y con susto aparente. Éste hombre lo invitó a proceder, y de manera impecable el joven tocó una pieza que resonó en toda la casa, una pieza que hizo eco en cada corazón, hizo que la piel le doliera, hizo que muchos ojos se aguaran, todo esto por el sentimiento. Terminó con un DO grave, y al levantar la vista vio su maestro de pie aplaudiendo y con un brillo en la mirada. Camilo, esta pieza es perfecta para el recital.
No lo podía creer. Esa noche, estaba listo para cumplir dos labores que su corazón le obligaba. Cuidadosamente, se peinó y se puso un traje smoking que hacía que se viera tan guapo como nunca. Su madre, casi llora al verlo, y con cuidado le acomodó un corbatín que hacía juego con sus ojos. Camilo, estaba decidido a ir después del esperado recital a la casa de la chica que se había metido en su mente para invitarla a salir y pedirle que fuese su novia. No tenía que conocerla, sabía que la pieza que le había escrito, era signo del amor que sentía, ella era la que estaba esperando.
Era el momento. Camilo, escuchó al maestro de la ceremonia presentar su acto. El público esperaba en silencio, y tras las rojas cortinas este chico temblaba, sudaba frío, estaba dando un paso fundamental, mostraría al mundo lo que sentía. Salió al escenario y sólo se escuchaban sus pasos en ese sepulcral teatro de la ciudad. Se sentó al piano y comenzó a tocar, sus dedos se deslizaban suave y sensualmente por las teclas mientras sus ojos, bien cerrados imaginaban lo que sucedería después del recital cuando esta chica aceptara. De repente, tocó ese DO que estremecía, y descubrió al público ovacionándolo de pie. Tímidamente sonrió, hizo la reverencia obligada y fue a sentarse con sus padres y maestro quienes lo felicitaron con alegría, para así ver junto a ellos los chicos que faltaban por tocar y esperar a que llegara la hora de irse con las flores en el carro hacia la dirección que tenía arrugada en un papelito en el bolsillo.
Salió el que seguía, era un guitarrista apasionado, pero diferente a Camilo, muy diferente. Igualmente tenía un traje elegante, pero sus ojos eran diferentes. Sus dedos, se deslizaban con destreza entre las cuerdas de la guitarra, y éste sonreía de vez en cuando hacia el público. Camilo no estaba prestándole mucha atención, estaba sudando y quería que se terminara el recital, no veía la hora. El guitarrista, terminó y se levantó al igual que el pianista, e hizo la misma venia. El público también lo ovacionó, y Camilo despertó del ensueño para aplaudir. De repente, sucede lo imprevisto: una chica sube del público con unas rosas y le planta al guitarrista un beso apasionado en los labios. Se abrazan y van a sentarse.
Camilo no lo podía creer. No podía explicar lo que sentía, como siempre.
Era ella, y había elegido al guitarrista, y Camilo ni había tenido una oportunidad.